¿Dónde está la ética?

Tal vez muchos no entiendan que futbolistas y periodistas forman una pareja indisoluble que se necesita por un tiempo determinado, pero que termina como casi todas las parejas en muchas ocasiones en el tribunal y con divorcio a bordo. No valdría la pena que en este instante pensáramos en la palabra respeto. Lo interesante de todo esto es que el círculo vicioso siempre ha existido y existirá porque la necesidad mediática de la noticia provoca a veces exageraciones que al final compra el consumidor y desde la otra vereda el futbolista necesita que su nombre se mueva a grandes velocidades, para que su cotización suba en el mercado. Las dos partes se necesitan y se usan, porque a su manera las dos pretenden una venta continuada de su producto y especialmente en el futbolista porque está conciente que las opiniones actúan sobre su propio prestigio.


¿Pero qué tan sana puede ser esa necesidad para la verdad que debe oír, ver o leer el aficionado que es el consumidor directo? Quizá muy poco sana porque en muchas ocasiones termina siendo acomodada o arreglada de acuerdo con las emociones del comunicador que termina por perder su objetividad y mucho más insana desde el ángulo del deportista que se siente en ocasiones demasiado alabado y por momentos excesivamente agredido. Es la ley de la selva en el fútbol y especialmente en el periodismo deportivo que aun nos permite opiniones y hasta editoriales en un solo comentario.
El tema lo vivimos de cerca y se convierte en el diario cotorreo de los medios porque equipos completos en ocasiones vetan a prensa y cierran sus puertas porque no están de acuerdo con los comentarios periodísticos que ellos desde su intimidad sienten agrios y a veces injustos. ¿Pero alguna vez algún equipo ha vetado a la crónica deportiva por hablar bien de su plantel? No. Porque a todos nos seduce el elogio, pero a muchos les duele la verdad crítica.
Es cierto que en los medios, y afortunadamente no es la generalidad y ni siquiera la mayoría, existen algunos personajes exóticos que armados de grabadoras o de cámaras juegan al periodista, pero no con el sentimiento lógico de la información y la noticia, sino con la premeditada necesidad de buscar particular celebridad aprovechando la popularidad del deporte y del medio como tal. Esos personajes son los que comienzan a romper los lazos y a hacer sonar las alarmas que deberían alertar especialmente a los grandes directores de los medios.
El control de calidad profesional parece que existiera menos cada día y el hermoso término de ética empieza a olvidarse en un triste rincón de muchas redacciones. Hoy lo importante es vender y no importa de qué manera. Hoy vale la noticia farandulera del fútbol, más que el análisis táctico de un equipo y hoy nos importa más qué camisa viste Ronaldo. Es cierto que el mundo avanza a velocidades impresionantes, pero debemos tener muy claro que esa velocidad no puede arrollar nuestro criterio.
En ese juego de necesidades se cruzan a diario futbolistas y periodistas en una relación que pareciera marcada por la desconfianza. Los ejemplos sobran en México con el fuego cruzado que mantiene la crónica deportiva con el técnico Lavolpe, o el permanente roce que crea la personalidad egocéntrica de Hugo Sánchez con muchos de nosotros que en ese puntual caso solo hemos contado la verdad investigada. Una verdad que parece a Hugo le doliera, pero que en el fondo a él jamás le quitará su méritos como jugador y ahora como técnico.
En Uruguay pasó lo mismo, en Perú es una constante con su selección y ahora producto del impase económico parece que el mal de la inconformidad por lo que se dice, también empieza a rondar en los Estados Unidos. Fútbol y Periodismo necesitan ir de la mano, pero cuidado que hay un tiempo en el matrimonio en el que terminan arrojándose la vajilla.
Ricardo Mayorga es el primer comentarista de las cadenas Univision y Telefutura en Estados Unidos además de periodista sindicado de radio y columnista de periódicos como Triunfo en Atlanta, El Tiempo Latino de Washington y HOY en Nueva York, Chicago y Los Angeles.