Lo que deja la guerra de Columbus

Cuando Bruce Arena se siente en el banco, el próximo verano, en la Copa del Mundo de Alemania 2006, hará historia como en el primer técnico estadounidense en participar en dos citas mundialistas.


Se dice fácil, pero es un logro importante, no sólo para un país como Estados Unidos, si no para cualquiera en el mundo entero.


Y si se analiza con frialdad el caso de Arena, es justamente la continuidad una de las virtudes de su gestión que está a punto de cumplir siete años.


Porque la confianza -rarísimo animal en la zoología del fútbol universal- depositada en el estratega surgido de la Universidad de Virginia, por la federación estadounidense, paga dividendos.


A esa confianza, se debe agregar el elemento de la tranquilidad con que un técnico de fútbol puede desempeñar el explosivo oficio en un territorio atípico para el deporte de las patadas, como es el estadounidense.


Porque el balompié no es la actividad deportiva que más apasione al ciudadano común, que ocupe los titulares en todos los diarios, en las noticias de la televisión o que sea el tema de discusión en las charlas de café o en los bares del país.


Aquí, si se clasifica o no al mundial o si se consigue un triunfo sobre Brasil, México o Argentina, nadie se desgarra las vestiduras, ni sale a la calle a celebrar, como sucede en el resto del mundo, ni se producen disturbios o hasta suicidios, ni se tambalean gobiernos cuando se produce una eliminación en la máxima justa del fútbol.


Por ello, Arena navega con relativa tranquilidad, alejado de las tempestades que zarandean, para no ir muy lejos, a su colega Ricardo Antonio Lavolpe, a pesar de que ya tiene a México con un pie en Alemania.


Aunque, justo es decirlo, ni la confianza de los dirigentes, ni la falta de presión de la prensa y de la afición, son ingredientes cuya aleación produzca por sí sola una fórmula para el triunfo.


Apenas son la envoltura de algo que también tiene Bruce, quien durante su carrera universitaria, en la MLS y con la selección nacional, ha mostrado cualidades que ya no sorprenden a nadie.


Se trata de un técnico que tiene una idea futbolística y que sabe transmitirla a sus pupilos. Por ello es común ver cómo las variantes de personal, que de vez en vez propone para su plantel, no alteran el funcionamiento ordenado, ambicioso, en cada uno de sus juegos.


Arena ha sabido, en su largo proceso de trabajo, encontrar los jugadores de recambio, la sangre nueva para irla inyectando a su plantel, sin alterar el orden ni sacrificar resultados.


También, es justo decirlo, el seleccionador estadounidense cuenta con algo a su favor, con un elemento con el que ninguno de los que lo precedieron en las Copas del Mundo de 1930, 34, 50, 90, 94 y 98 pudieron aprovechar: una liga profesional donde los jugadores seleccionados tuviesen un ritmo de competencia adecuado.


En sus inicios, la selección estadounidense cumplió las citas mundialistas con mercenarios del fútbol, que llegaban a la selección nacional por cortesía del Departamento de Inmigración y Naturalización, antes de pasar a la dependencia del futbolista universitario, sin fundamentos para competir con la élite mundialista y con dos o tres jugadores que aventuraban en el profesionalismo extranjero.


Además, aun en la propia etapa clasificatoria al mundial italiano, la federación estadounidense carecía de un presupuesto que permitiera un fogueo mínimo para su selección nacional.


Los tiempos han cambiado y hoy, además de que la MLS ofrece un campo de cultivo para el desarrollo de la juventud, los más consagrados juegan en Europa, la U.S. Soccer administra un presupuesto multimillonario que le permite contar con varios programas de donde se nutren las selecciones nacionales para competir dignamente con el mundo, a todos los niveles.


Por cierto, la clasificación del balompié de Estados Unidos supone un espaldarazo a la credibilidad de la Major League Soccer y de las empresas que apuestan por el fútbol, así como a la propia U.S. Soccer y sus auspiciantes.


Los patrocinios, las campañas de mercadotecnia y la comercialización del fútbol se realizan con mayor ductilidad con un pase a la próxima Copa Mundial en la mano.


Y lo mismo se puede decir de la monumental y permanente campaña por convertir al fútbol en uno de los deportes favoritos de las mayorías en el país.


Por ello, no hay duda que el 2-0 de Columbus, para Bruce Arena y el fútbol estadounidense, fue mucho más allá que una guerra de palabras, una escaramuza mediática, una batalla por el orgullo, por la supremacía de la región o la hegemonía de la CONCACAF.


Era el pase a Alemania y todo lo que viene en los vagones de atrás.


Rigo Cervántez es un conocido periodista con más de 20 años de experiencia, trabajando con medios de renombre como Televisa y La Opinión. Este artículo no fue sujeto a la aprobación de la Major League Soccer o sus clubes.