El Emperador recupera su trono en la Copa

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Hastiados por los innumerables dolores de cabeza provocados por Adriano, entre su nula productividad ofensiva y sus bien publicitadas adicciones al alcohol y la vida nocturna italiana, tanto cuerpo técnico como directiva del Inter Milán acordaron mandar al una vez temido atacante al Sao Paulo para que ordenara su vida personal y recuperara su toque goleador.


Sin embargo, desde que volvió a su país natal a comienzos de año, todo parecía que el delantero volvería a las andanzas. Primero, arriesgó un castigo draconiano por agredir a un rival en el Torneo Paulista, aunque las autoridades finalmente le perdonarían la vida con una suspensión de dos fechas. Luego, incapaz de limitar sus problemas a la cancha, adornaría los titulares de farándula por su "día de furia", al chocar su auto, llegar tarde a una práctica y, a la salida del entrenamiento, amenzar físicamente a un fotógrafo.


Ni siquiera en la Copa Libertadores, la gran razón por la cual el equipo tricolor apostó sus fichas en él, había mostrado indicios de recuperación. Eso sí, hasta la noche del miércoles, cuando tuvo su renacimiento goleador en el mejor momento imaginable.


Cayendo 1-0 ante Audax Italiano, rival del Grupo 7 que se había puesto encima en el marcador por gentileza de Carlos Villanueva, cuyo golazo en el minuto 62 dejó mudo al Estadio Morumbí, apareció el "Emperador".


Ya libre de la marca agobiante de Sebastián Rocco, quien antes de recibir su segunda amarilla había controlado todas sus embestidas, Adriano ganó en la altura a todos en un tiro de esquina para cabecear a gol el empate parcial que devolvió el ánimo a los paulistas.


Disconformes con la igualdad, el Sao Paulo buscó más, arrinconando a los chilenos con una lluvia de disparos contra el arco de Mario Villasanti, hasta entonces el salvador del cuadro itálico. Sin embargo, a cinco minutos del final, al meta paraguayo se le escapó un balón tras controlar el enésimo remate en su dirección, desliz que Adriano aprovechó para depositar el 2-1 en el fondo de la red y, al parecer, recuperar su estatus como uno de los próceres del fútbol mundial.


Igual o aún más dramática fue la remontada de Estudiantes de la Plata en su duelo por el Grupo 2 frente a Danubio en Uruguay.


Por si quedar en desventaja cuando el pleito recién comenzaba, tras una serie de errores defensivos que permitieron a Pedro Irala convertir un tiro de esquina en gol de la apertura, no fuera suficiente, el Pincha además se vio obligado a afrontar el duelo con diez hombres a partir del minuto 25, por la doble amonestación de Agustín Alayes.


Sin embargo, en los momentos de mayor adversidad surgen los grandes, en este caso Juan Sebastián Verón, el motor del mediocampo argentino que además de manejar los hilos del ataque pincharrata, se sacrificó en las labores de contención, barriendo como pocas veces visto antes sobre la húmeda cancha del mítico Centenario de Montevideo, escenario de pasadas glorias coperas de Estudiantes.


Cuando el juez Enrique Osses sancionó la pena máxima contra Danubio por una falta de Pedro Irala sobre Leandro Desábato, no había dudas sobre quién se encargaría de patear desde el punto penal. Con una sangre fría impresionante, la Brujita engañó totalmente al arquero Néstor Conde, incrustando la pelota en el costado derecho del pórtico charrúa.


A medida que avanzaba el segundo tiempo, la balanza se decantaba a favor de los visitantes, que jugaban siempre mirando hacia al frente, ignorando el cansancio y su déficit númerico.


Minuto 86 y Verón mandó un pase exquisito a Enzo Pérez, quien viendo que un zaguero se interponía entre él y la valla, despistó a su celador con una gambeta endiablada y definió como los dioses. Tres puntos de oro, una recompensa más que merecida para un equipo que dio vuelta un partido en teoría perdido a base de garra y amor propio.


La gran pregunta que brotó luego de la masacre 6-0 del Fluminense sobre Arsenal de Sarandí no era cómo un equipo de la primera división argentina, ni más ni menos que el actual campeón de la Copa Sudamericana, podía dar tanta pena en una competencia de esta índole, sino cuál de los seis goles de los cariocas fue el más vistoso.


Todo empezó a los 13 minutos con un tiro libre que Thiago Neves magistralmente colocó al palo derecho de Mario Cuenca, quien jamás se olvidará de la pesadilla vivida en el Estadio Maracaná.


Luego, a lo Karate Kid, Dodo voleó un centro retrasado de Júnior César para el 2-0. Sobre el descanso, el autor del segundo tanto sacó a relucir su maestría del dribbling al eludir a un puñado de rivales y, antes de caer de espaldas, habilitar a Gabriel dentro del área para que éste venciera a Cuenca con una vaselina.


Asegurado de la victoria que lo catapultaba a la cima del Grupo 8, el Fluminense ya podía despreocuparse del marcador y dedicarse única y exclusivamente a seguir deleitando a su hichada con el segundo acto de su cátedra futbolística.


A los 51 minutos, Dodo, en un gol calcado al de Zinedine Zidane en la final de la Champions League del 2002, aunque de zurda, puso de pie hasta a los periodistas que documentaban cada detalle de la goleada.


El indiscutido genio de los brasileños luego armó una pared con Washington que el delantero finiquitó con clase.


Finalmente, en una jugada de laboratorio, Thiago Silva cedió un tiro libre a Cícero, quien soltó un zapatazo que descolocó a Cuenca al dar un rebote justo antes de cruzar la línea de sentencia. 6-0. Nada más que decir.


Este artículo no fue sujeto a la aprobación de la Major League Soccer o sus clubes.